lunes, 25 de octubre de 2010

Para una zanahoria

Las gilipolleces más serias se dicen en los momentos más inesperados. Son como duendecillos saltarines, de la boca al aire, del aire a los oídos. Y sus consecuencias varían desde muecas de sorpresa hasta gestos de desprecio. Entonces, el origen del duendecillo maligno, la boca, se cierra de repente y aprieta labio contra labio, pero la gilipollez ya está dicha.
Maldito presente que ya es pasado. Maldito pasado que se queda en la memoria. Y ya de paso maldita memoria que no recuerda (a tiempo) la última vez que metiste la pata y no te avisa que lo vas a volver a hacer. .
Lo dicho culpen a la boca, al duendecillo o a la memoria.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Una rosa es una rosa


Quise cortar la flor
más tierna del rosal,
pensando que de amor
no me podría pinchar,
y mientras me pinchaba
me enseñó una cosa
que una rosa es una rosa es una rosa...

Y cuando abrí la mano
y la dejé caer
rompieron a sangrar
las llagas en mi piel
y con sus pétalos
me las curó mimosa
que una rosa es una rosa es una rosa...


"Una rosa es una rosa" Mecano

Los dedos tu mano sangran palabras de promesas fallidas, palabras de perdón. Respira el dolor. Y tú que pensabas que no hacía daño. Ingenuo, nadie te enseñó a soportarlo. Solo cuando caes aprendes a levantarte.

Llevas la rosa y vas quitando las espinas del tallo como si fuese un rosario. Crees que con su olor cicatrizarán las heridas pero no te das cuenta que has que entregar algo más, algo que no se compra, algo que no se ve. Pero nadie te enseñó ese secreto.

Romperán a sangrar las llemas de tus dedos. Duelen, escuencen. Cuando vuelvas a llevar una rosa ya abrás aprendido la lección con solo mirar las cicatrices de tus llemas.


viernes, 8 de octubre de 2010

Smoke your ideas


¿Cuánto pesa el humo? La película de los directores Wayne Wang y Paul Auster, Smoke (1995) me llevó a pensar en esta pregunta. El largometraje da su respuesta pero yo ofrezco la mía.
El humo pesa lo que pesan los pensamientos del que fuma, del que sostiene el cigarro. Como serpientes negras y resbaladizas en el aire se elevan desde la punta del pitillo. En esta habitación pequeña y cerrada danzan, contorsionándose. Difuminan la claridad y llenan esta sala con sus bailes desenfrenados. Son los pensamientos los que se disuelven, los que desde la punta de este cigarrillo se esparcen por la habitación afirmando su presencia en el ambiente.
Los pensamientos son el humo negro, cargan el aire, lo inundan. Hay ideas fugaces que son aquel humo que desaparece tan pronto como das la siguiente calada, son esas reflexiones que no se piensan demasiado. Pero las más importantes son las ideas arraigadas, aquellas a las que les damos vueltas y vueltas. Ésas son el humo del techo, el humo que se queda suspendido, inquieto y confuso que intenta salir pero el cuarto, como nuestra cabeza con esas ideas, lo retiene y hace que lo volvamos a respirar, que las volvamos a pensar. Esos pensamientos son el suspiro negro de mi boca, el bostezo de humo espeso de ondulas formas que nos acaricia la mejilla antes de difuminarse en el ambiente. Esas ideas, aquellas que llenan nuestras cabezas son el olor, pero no el perfume del aire que se desvanece cuando se apaga el cigarrillo sino el aroma que se queda en la ropa, en la mano, en los labios, en la memoria.
Y luego está la nicotina. Te vuelve adicto y quieres volver a fumar, necesitas volver a pensar. Pero eso es otro tema, otra cigarrillo que me haga reflexionar sobre la próxima entrada.